Capítulo 1: un interrogatorio, un chaparrón y una visita inesperada (iii).

–Cocinero cocineroooooooooooooooooooooooo enciende bien la candelaaaaaaaaaaaaaa…

Vicente llevaba viviendo conmigo desde el pasado verano, y gracias a mi tozudez y a la intervención divina, parecía que había dejado esa afición suya de vivir de las carteras que se pegaban a sus dedos como los chicles a las suelas de los zapatos. Incluso había engordado un poco y ya no parecía un Cristo después de una visita por el Pilatos Gólgota Park. De vez en cuando le salía alguna chapucilla como albañil, y eso le daba la suficiente autoestima como para no sentirse un invasor en casa, colaborando con parte de los gastos y ocupándose de las tareas domésticas.

Para los Reyes ya le tenía apartados una cofia y un delantal. No quería cogerle ni un euro, que para eso fui yo quien le hizo mudarse a casa, pero en un Campeonato Mundial de Cabezones, el Dedos sería descalificado por sobredosis de pormishuevostonina.

–Vicente, ¿te gusta cantar?

–Claro– respondió desde la cocina.

–Pues aprende, cabrón, y como ese desayuno no sea digno de un marajá, prepárate a correr como no lo has hecho nunca delante de la Guardia Civil.

La carcajada de Vicente resonó por todo el piso, mezclado con el ruido del papel en el que venían envueltos los churros, todo aceite y calorías.

–Venga, levántate ya y ven a reponer fuerzas, Follarín de los Bosques.

Era evidente que el Dedos no sabía nada de la pequeña y amistosa conversación-monólogoconcurso- de-preguntas de la pasada madrugada. A los cinco minutos de sentarnos frente al desayuno, ya lo había puesto al corriente de todo; se lo fui contando entre churro y churro, mientras los mojaba en el café caliente. Vicente asentía mientras escuchaba la narración de lo sucedido la noche anterior, sin hacerme preguntas ni interrumpirme en ninguna ocasión, concentrado en mis palabras, con la misma expresión en sus ojos celestes que cuando se quedaba vigilando el bolsillo de un turista harto de cervezas.

–… y se fue pegando un portazo de mil pares de cojones, que no sé cómo has podido abrir la puerta esta mañana.

–Ya.

–¿Ya? ¿Cómo que ya?

–Juan, leches, ¿qué esperabas?

Adiós. Esto si que me dejaba con las patas colgando; podía haberme imaginado cualquier reacción por parte del Dedos, desde el cachondeo puro y duro hasta un No Pasa Nada, Ya Se Le Pasará, pero sus palabras me habían dejado aún más despistado que el rapapolvos de Nieves.

¿Cómo que qué esperaba? ¿Es que había algo que esperar? ¿Se estaban poniendo todas las personas que me rodeaban de acuerdo para inflarme a collejas?

–Vamos a ver, Juanillo. Mírate, tienes treinta y cuatro años pegados al culo, sin curro, y llevas ocho meses saliendo con ella; yo creo que ya es hora de que empieces a pensar un poco en ti y en Nieves también.

–¿Pero qué es lo que tengo que pensar? Lo del curro, bueno, ya me saldrá algo, de todas maneras no estamos para mendigar, ¿no?, y sobre ella, pues estamos muy bien, nos llevamos genial, y los fines de semana venimos aquí y…

–Claaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaro, claaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaro, y como tú eres el puto centro del Universo, pues nada, mientras tú estés bien, a los demás que les den, ¿no?

Joder, lo que me faltaba, Vicente echándome la bronca. Tenía que haberme quedado en la cama tres o cuatro meses más, a ver si para la primavera las cosas se habían arreglado y el resto del mundo había dejado de escupirme mis miserias a la cara.

–Yo no soy el centro de nada, Vicente.

–Juan, tío, ¿no ves que la chavala está por ti? ¿No te das cuenta de que quiere algo un poquito más serio que veros, salir al cine y echar unos polvos?

–¿Más serio? ¿Qué es eso de más serio? ¿Qué es lo que quiere, que nos casemos o qué?

–Ay señor, tan listo para los números y tan torpe para lo demás.– Se levantó de su silla y empezó a recoger los platos del desayuno.

–Vicente, pero…

–Coño, espabila –me dijo mientras me señalaba con la punta de la barbilla–, que ya no eres un chaval, y te da todo lo mismo. Que si no estuviera yo por aquí, habría días que no comerías, por no levantar el puto culo de la silla.

–Pero es que…

–Ni es que ni hostias. Y no buscas un trabajo de lo que sea, y te quedas esperando a ver si te llaman para dar clases en alguna academia, y si no llaman pues nada, a tocarnos los huevos en el sofá.

–Vicente, yo no… –La cosa estaba pasando de charla con suave recriminación a bronca modelo Te Quedas Sin Tele Y Sin Salir A La Calle Una Semana. Ya me estaba aguantando demasiado, así que era el momento de ponerme en pie y…

–Tú te quedas ahí quietecito y aguantas el chaparrón, como que me llamo Vicente Hipólito Manuel. –Y empujando mis hombros hacia abajo, volvió a dejarme el culo pegado al asiento. Me quedé helado, con los ojos como si me los hubieran abierto con un gato hidráulico.

El Dedos y yo jamás nos habíamos peleado, quitando las tonterías de chiquillos, me hiciste trampas jugando a los cromos, ese trompo es el mío, el tuyo es aquel que está rajado por la mitad. Pero lo de esta mañana estaba pasando de castaño a Negro Túnel De Noche.

–Sí, te quedas ahí, esperando, no porque seas un flojo, que no te estoy diciendo eso, sólo que, como siempre te ha salido bien, pues ahí te quedas, a ver si las cosas se apañan solas. Y si no te llaman para currar, pues ahí están los cuatro duros que tienes ahorrados, y cuando se acaben mamá vendrá y te llenará el frigorífico, y si no pues Vicente, que ponga un poquito de su parte.

–Pe…

–Y no es que me importe traer dinero a casa, te lo juro por mi padre que en gloria esté, pero es que me da tanta mala leche verte así, jodiéndote la vida a ti mismo, que me dan ganas de yo que sé. Y como tienes la puta suerte de cara, pues siempre te sales con la tuya, pero ¿qué pasará el día que la suerte te dé la espalda? ¿Y si yo me voy? ¿Y el día que falte tu madre? ¿Qué? ¿Qué?

–¿Irte? ¿Te vas?– Sí, a cada segundo que pasaba tenía más claro que estaba viviendo un ensayo casero del Armaggedon.

–No, no he dicho que me vaya a ir, vamos, al menos de momento, pero no sé, tío, me gustaría coger y buscarme un alquiler baratito, retirar a la Toñi de la calle, que las cosas están cada vez más chungas, y… qué coño, que quiero vivir con ella y ver si podemos hacer un buen caldo juntos.

–¿Tú, a vivir con Toñi, a una casita para los dos? Sí, claro, y los domingos al campo a hacer una paellita y…

–¿No era eso lo que querías? ¿No se te metió en los huevos que dejara la calle y me convirtiera en un tío formal? ¿Qué pasa, que ahora que soy yo el que quiere justamente eso, al señorito no le hace gracia?– Los ojos le relampagueaban como rayos de una tormenta seca en medio del verano. Tenía el paño de cocina cogido por un extremo y lo agitaba arriba y abajo, convertido en un director de orquesta enloquecido en medio de un ataque epiléptico.

–Vicente, vamos a dejarlo ahí, que los dos estamos diciendo cosas que no queremos decir. Mejor me voy y lo hablamos luego, ¿vale?

–Sí, eso, vete, escurre el bulto, deja que pase el tiempo, las cosas ya se arreglarán…

Cuando cerré la puerta a mis espaldas, aún le oía maldecir y jurar en hebreo. No me daba miedo a discutir con él; lo que realmente me helaba la sangre era volver y encontrarme el hueco dejado por su ausencia.

Capítulo 1: un interrogatorio, un chaparrón y una visita inesperada (ii).

–¿Qué somos, Juan? ¿Amigos con derecho a roce, o hay algo más? ¿Cómo me ves en un futuro, cómo te ves a ti, a tu vida?– Su tono se endureció, como lo hace el agua antes de escarcharse, dura y sólida frialdad. Se sentó en la cama, mirándome fijamente mientras me fusilaba a preguntas. Sus pezones me apuntaban como dos pequeños dedos índices, Dios bendiga al frío, y me costaba un esfuerzo sobrehumano no desviar la mirada de sus ojos para bajarla unos pocos grados hacia el sur.

–¿Mi vida, qué le pasa a mi vida?– Eso, ¿qué le pasaba a mi vida, y qué tenía que ver con lo que estábamos hablando? ¿Me había quedado dormido y me había perdido un trozo de la conversación? ¿Alguien estaba teniendo la prudencia de grabarlo todo, por si las moscas?

–¿Que qué le pasa a tu vida, Juan? Que vas siempre a remolque de todo, que dejas pasar el tiempo sin tomar decisiones, que esperas a que las cosas se apañen solas. Y esa actitud tuya me influye a mí.

–Pero contigo no hay nada que apañar, todo va bien, ¿no?– No, no me había puesto a la defensiva; si la almohada, el colchón, la mesita de noche y el ropero se habían colocado entre nosotros dos, a modo de trinchera, era una simple coincidencia. Qué demonios, los cementerios están llenos de valientes, y los viajes del Inserso de cobardes como yo.

–¿Ves? A eso me refiero… Estamos bien, claro que estamos bien, pero no hay nada más, no hay planes, ni expectativas de futuro…

–¿Futuro? ¿A qué te refieres con…?

–Juan, si no lo entiendes, si no ves lo que te quiero decir, si para ti esto es suficiente, deberías pensar que no lo es para los dos. Llega un momento en que te has de plantear dar pasos hacia algo más serio, porque yo sí que me lo he planteado, y tú… tú parece que no.

–Yo, bueno… no sé, la verdad es que…– Mierda, ya estábamos con los balbuceos. Mi cerebro entró en una peligrosa espiral, si digo esto lo empeoro pero si me quedo callado es peor aún, aunque si digo esto otro la cosa puede ir hacia la catástrofe pero ella espera que diga algo así que abre la boca pero que sea ya que se está desesperando y tiene cerca el cenicero gordo de cristal que me traje de casa de mi madre.

–¿No tienes nada que decirme?

–Verás, Nieves, la cuestión es que… en fin, tú ya me entiendes, o sea, vamos, el futuro es… Ya sabes que el futuro… la entropía, el flujo del caos, pues…

–Ya.

Boqueando como los peces cuando se convierten en pescados, miré cómo se levantaba de la cama. ¿Alguien podría decirme por qué las mujeres se ponen tan condenadamente guapas cuando están enfadadas? Estaba tan hermosa que si no fuera porque tenía toda la sangre útil en el cerebro, alimentando mis neuronas, sin dejar ni gota para el resto del cuerpo, la habría arrojado sobre la cama para tomar un segundo plato de postre, eso si era capaz de convencerla de que no me sacara los ojos con sus uñas pintadas de rojo hemorragia.

–Pero, ¿adonde vas? Vicente no llegará hasta por la mañana, y podrías…

–No, Juan, no podría.– No paraba de girar alrededor de la cama, buscando su ropa interior, abrochándose la camisa, cerrando la cremallera de sus vaqueros.– No puedo ni quiero esperar a que pienses en algo que deberías haber hecho ya, ¿no te parece?

–Pero Nieves, cariño, espera, preparo un cafelito, no que estamos un poco nerviosos, mejor un té, charlamos y…– Esto de perseguirla en pelotas por la casa en pleno mes de diciembre era de un patetismo y una estupidez arriesgados para mi salud.

–No, déjalo, repasa todo lo que te he dicho, y cuando sepas qué quieres, cuando lo tengas claro, ven a verme. Ya sabes donde vivo, tres plantas más abajo. Y vístete, que vas a pillar algo.

Blam. El portazo sonó a hora y media de reproches condensados en un sólo sonido. Me quedé plantado ante la puerta, pensando que, quizás, de pegarnos un revolconcillo antes de que se fuera era mejor no preguntarle.

Sólo, en mi cama, los pensamientos y las dudas se arremolinaban dentro de mi cráneo en una explosión de pelotas de ping-pong, un tsunami a escala cerebral. Estaba seguro de que me pasaría toda la noche del viernes dándole vueltas en la cama, pensando y venga a pensar…

Si no hubiera sido porque Vicente me despertó con una patética imitación de Antonio Molina, probablemente habrían tenido que administrarme las doce uvas de Nochevieja por vía intravenosa.

Vaya como se le ha puesto la cosa a nuestro Cacho. Parece que las cosas con Nieves no van demasiado bien, sino tirando a frías. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Se arreglarán? ¿Lo empeorará aún más? ¿Realmente El Dedos canta tan mal? Todo esto y más es posible que quede resuelto en las próximas entregas de «Las No Tan Vírgenes Casi Suicidas».

Capítulo 1: un interrogatorio, un chaparrón y una visita inesperada (i).

Tumbado en una hamaca, dos preciosas morenas vestidas con togas blancas me mecían suavemente, mientras una rubia angelical de largos tirabuzones masajeaba mis sienes en círculos cada vez más placenteros. A mis pies, un coro de semidiosas semidesnudas cantaba a coro: «Juan, eres nuestro hombre, Juan, eres el más grande, Juan, Juan…».

–Juan, Juan…

–Hmmmm –la voz de Nieves acababa de talar las palmeras, mandar a tomar por culo la hamaca y espantar a todas aquellas bellezas que cantaban mis alabanzas, para mayor gloria de Juan Cacho, El Adonis Que Acababa De Echar Un Polvo.

El cuarto se encontraba entre penumbras, y la poca luz que entraba, atravesando las estrechas rendijas de la persiana, venía escupida por las farolas que pespunteaban de naranja la calle. Poca luz, pero suficiente para entrever la silueta de Nieves, recostada sobre mi pecho. Tenía el pelo arremolinado, pegado a las sienes y a la frente, y su piel brillaba por el sudor que empezaba a secarse; sus hombros, desnudos como el resto de su cuerpecito serrano, subían y bajaban acompasados al ritmo de mi respiración. Vamos, que si en ese preciso instante entraba alguien en mi dormitorio, a ver quien era el guapo que le convencía de que aquello no era lo que realmente parecía.

–¿Estás despierto?

–Nnnnnnnnnnnn –¿Por qué se hace siempre esa puñetera pregunta si lo único que pretendemos es asegurarnos de que la respuesta es un NO rotundo, y si no es así insistimos hasta conseguirla?

–Necesito saber algo. –Nieves hablaba mirando a los pies de la cama, sin girarse para mirarme, como si me preguntara por lo que quería para desayunar la mañana siguiente, dejando las frases caer con una pizquita de tensión, la justa para que se me terminaran de abrir los ojos. –Sí, claro, lo que quieras.

En esos momentos es cuando caes en la cuenta del desconocimiento absoluto por parte de las mujeres del funcionamiento del organismo del hombre. Existe una ley universal, conocida como el Lema del Ronquido Postcoital, que afirma que la capacidad cerebral del varón para coordinar pensamientos, responder a preguntas o seguir comportamientos lógicos es directamente proporcional al tiempo transcurrido desde el último intercambio de fluidos. Las administraciones educativas deberían hacer el esfuerzo e incluir estas leyes y axiomas en los planes de estudios de todas las escuelas, institutos y universidades públicas. Sea cual sea el caso, desde mi, perdón, nuestro último asalto sexual sólo habían transcurrido unos escasos cinco minutos, así que la neurona que se había quedado de guardia bastante tenía con mantener mis constantes vitales en unos niveles aceptables, lo mínimo para no permitir que me meara encima, babeara descontroladamente y otras lindezas del mismo corte.

–¿Tú sientes algo por mí, verdad?

¿Eh? ¿Cómo? ¿Que si sentía algo por ella? No era el momento más apropiado para ese tipo de preguntas, quizás para algo menos complicado, como si deseaba repetir el asalto anterior o si me acordaba del enunciado del Teorema de Gödel, pero para esto necesitaba mi más absoluta concentración.

–Pues…

–… porque yo sí que siento algo por ti, y me gustaría saber si te ocurre lo mismo.

Sólo en ese instante se incorporó en la cama, mirándome con su carita de corderita degolladora. Se me había pasado todo el sopor de golpe, y pasé del estado de coma a tener los ojos como dos plazas de toros. Si no mentía el despertador, y no tenía razones para hacerlo, cada parpadeo de sus cifras verdes fosforescentes me decía que eran las dos y media de la mañana, una hora perfecta para los anuncios de cremas hidratantes basadas en baba de caracol, pero no para estos asuntos. ¿Seguro que era el momento oportuno para abrir los corazones y dejar salir nuestros sentimientos más íntimos, así, sin anestesia ni nada?

No soy precisamente David Beckham, aunque mi madre diga que me doy un aire, y en aquellos días mi economía no tenía la liquidez necesaria para teñir de rojo el saldo de mi cuenta corriente. Para colmo, a mis treinta y cuatro, y después de los hechos acaecidos el verano pasado en la academia en la que trabajaba, me encontraba en el paro. En resumidas cuentas, querido conciudadano, estaba más cercano a cliente de la Beneficencia que de ser beneficioso para alguien. Y a pesar de todo esto, una mujer como Nieves llegaba a decir que sentía algo por mí. ¿Y yo? ¿Sentía algo por ella? Y en caso afirmativo, ¿qué sentía? Evidentemente me gustaba; cualquiera con un mínimo de visión sentiría atracción por ella. Y ya no era sólo por el exterior, que era fantástico, de lo cual yo y mis sábanas damos fe; por dentro, Nieves era una de esas personas que te caen bien al instante. Simpática, inteligente, buena persona, cariñosa, muy responsable… Pocas, muy pocas habrían tomado las riendas de su casa desde el instituto, llevando las tareas del hogar y criando a su hermano pequeño mientras sus padres se dejaban las uñas, las pestañas y la vida en las mesas de los chiringuitos de Torremolinos, trabajando de sol a sol. En resumidas cuentas, Nieves era como una de esas croquetas que preparaba mi madre con la gallina del puchero. Cuidado, no me malinterprete, que no quiero decir que estuviera redonda ni nada por el estilo; simplemente quiero decir que si por fuera era tan apetecible, por dentro lo era aún más. De todas maneras, si la ve, me hace el favor de no comentarle nada de esto de la croqueta, que bastantes problemas he tenido ya con ella. Con Nieves, no con las croquetas. Gracias.

Bien, habiendo llegado a la conclusión de que me gustaba, debía pararme a considerar la posibilidad de qué sentía por ella, porque me daba en la nariz que se refería a algo más profundo, con más miga intrínseca, sentimientos en plan No Puedo Vivir Sin Ti, Te Necesito A Todas Horas. Y a ese particular le había dedicado el mismo tiempo que al estudio de las virtudes terapéuticas del punto de cruz. Estas cuestiones no se plantean así, y menos a esas horas, pero hice el esfuerzo y, partiendo de unos hechos conocidos, me dispuse a llegar a una conclusión. Partiendo de :

a) Hipótesis del Espacio-Agilipollamiento: La cara de tonto que se me pone es inversamente proporcional a la distancia que me separa de Nieves.

b) Teorema del Lepidóptero Estomacal: El simple hecho de mirarla hace que note cierto vacío en las tripas, como de mariposas revoloteando por mi interior.

c) Corolario de la Respuesta Automática: Mi cuerpo responde de forma instantánea ante el más ínfimo estímulo por su parte, ya sea un leve pestañeo o la dulzura con la que se desabrocha los botones de su camisa,

sólo podíamos llegar a la conclusión de que sí sentía algo más allá de lo puramente físico.

–Sí, Nieves, claro que siento algo por ti, eso está claro, porque si no, no estaríamos los dos aquí, ¿verdad? –En estos casos, lo mejor es acompañar las palabras con una suave caricia, y enredé mis dedos entre su media melena castaña.

–Y en el caso de que tú sientas algo por mí– continuó como si yo no hubiera respondido o le importara un pimiento mi respuesta–, me gustaría saber que planes tienes para tu vida, para el futuro, y qué papel juego yo en esa vida que imaginas.

Ella. Planes. Mi vida. Planes, ella y mi vida. O sea, la unión de ella y yo en un futuro a sabe Dios que plazo. Justo en ese instante se me vinieron a la mente todas las implicaciones y posibles quebraderos de cabeza que encerraban sus palabras. Adopté mi famosa estrategia del tenista, respondiendo con otra pregunta.

–¿Mi futuro, planes para el futuro, tú y yo?– Hala, golpeo la pelota y viaja de vuelta.

–Juan, no te hagas el tonto, que sabes perfectamente de qué te hablo.

–Bueno, es que planes, lo que se dice planes, tú sabes que hago muy pocos.– Y eso era cierto. Siempre que Juan Cacho había hecho planes en el pasado, había llegado la vida en forma de bota con puntera metálica y había desbaratado esos planes y todo lo que le rodeara, incluyéndome a mí. Así que, ¿para qué preocuparse de lo que pase más allá de las próximas veinticuatro horas?

–Ya, pero es que necesito saber si has pensado en nosotros, en qué somos, o en qué quieres que seamos dentro de un tiempo, en qué quieres hacer con tu vida y si yo entro en ella.

–Pues…

Vaya por Dios; con lo bien que había empezado la cosa y como se ha torcido en un santiamén. ¿Soportará Cacho estóicamente este interrogatorio o meterá la pata, como es su costumbre? ¿Tiene claro sus sentimientos hacia Nieves? ¿Son horas de charla o de echarse a dormir? Todas esas preguntas, a lo mejor, quedan respondidas en las próximas entregas de «Las No Tan Vírgenes Casi Suicidas». Y si no, al tiempo.

Liándola otra vez

Bueno, bueno, bueno. La cosa se ha hecho esperar; han sido varios meses, desgranando las aventuras de Cacho día tras día, dejando que la historia de las aventuras y desventuras de semejante personaje cayeran ante tus ojos. Muchos las han leído, y las han seguido día tras día. Muchos incluso de los que ya las tenían en papel.

Muchas, muchas veces, me habéis pedido que continuara la historia, que a la historia le pasaba lo mismo que auna revuelta militar:  quedaban cabos sueltos. Y ya ha llegado el momento, hoy es el día en que, de nuevo, Juan Cacho toma vida y deambula por estas pantallas de Dios.

Espero que os guste, espero vuestros comentarios, vuestras aportaciones; la historia no está cerrada, sino que va creciendo día a día, no está acabada ni concluida. Vuestras lecturas y comentarios me ayudarán a enriquecer la historia, a hacerla mejor, y prometo invitaros a todos a una caña cuando alcance el millón de ejemplares vendidos. De veras. Os lo prometo.

Un par de favores os pido: el primero, que dejéis vuestros comentarios, que me ayudéis. Y el otro, que corráis la voz. Que no quede un amigo en vuestras redes sociales que no conozca este blog, y que, si mi escasa habilidad como juntaletras lo consigue, pueda atraparlo entrada tras entrada.

Bueno. Pues ya está. Eso era todo. Os espero por aquí. Gracias de todo corazón.